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A los quince años, Pep Agut quería ser pintor. Al final se convirtió en artista, que como él dice, es algo bien distinto. Tampoco es lo mismo jugar a fútbol que ser futbolista. A fútbol hemos jugado prácticamente todos. O quizá sea más acertado decir que hemos jugado al balón. De ahí, que cuando juegan los que saben, nos cueste tanto apartar los ojos del esférico tesoro que los veintidós jugadores parecen anhelar. El jugador técnico, el que es capaz del control imposible, de impactar el balón con cualquier superficie del pie, de poner un pase medido a cuarenta metros, de meterla por la escuadra de tiro libre o de conducir sin perderla entre cinco rivales. Ese nos tiene ganados. Porque nosotros, que hemos jugado al balón, sabemos lo difícil que es eso. Todos hemos dibujado alguna vez.

(El comienzo asusta) El filósofo alemán Theodor Adorno, en un célebre ensayo sobre la figura de Ludwing van Beethoven, introduce la idea de estilo tardío para hablar de las últimas producciones del compositor. Desde entonces, se trata de un concepto ligado al estudio de determinados compositores y que más allá del ámbito musical, recorre la historia de otras disciplinas artísticas. No vamos a reivindicar aquí ese espacio para el fútbol. Para unos funciona como una ciencia, para otros como un arte, todo nos vale. Lo que sí es innegable es la fuerza y singularidad creativa de alguno de sus protagonistas. Y de eso sí hablaremos. De la naturaleza de la creación y del proponer cuando el final se roza con un aliento. Y lo haremos de la mano de dos de los talentos creativos más grandes que nos ha dado el fútbol, Zinedine Zidane y Johan Cruyff, y créanme que impone.