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El holandés que no estuvo en Wembley

El holandés que no estuvo en Wembley

El 20 de mayo de 1992 es el día más importante de, como mínimo, la historia moderna del F.C.Barcelona. El día en que, en el viejo Wembley, la culminación de un proyecto iniciado tres temporadas atrás, fijaba desde una victoria convertida en obsesión la identidad futbolística del club. ¿Qué habría sido del Barça posterior a Cruyff sin que la legitimación de aquella Copa de Europa iluminara el camino? En su calidad de episodio fundacional y momento inesquibable de la leyenda, la final que disputó el Dream Team contra la Sampdoria ha adquirido categoría de mito, y ha quedado fijada como símbolo y resumen del comienzo del renacer. Como sucede en estos casos, la suya es una historia de recuerdos pero también de olvidos, como todas las que dan forma a imaginarios colectivos. Estar en el once de Wembley, aparecer inmortalizado en alguna de las imborrables instantáneas que aquel encuentro nos ha legado, supone asegurarse un lugar en la vitrina. Albert Ferrer, por ejemplo, lesionado a comienzos de aquel curso 1991-92 y que no regresó al equipo hasta escasas semanas antes de disputarse la Final, será para siempre el lateral de aquel equipo. O Julio Salinas, presente en el once por sorpresa después de una temporada en la que sólo sumaría tres titularidades en Liga y otras tres en Copa de Europa. En el lado opuesto, los Begiristain, Goikoetxea o Miquel Àngel Nadal, piezas importantes aquel mismo año, a los que quedar fuera de la titularidad elegida puede haber atenuado el recuerdo. O Guillermo Amor, uno de los imprescindibles del técnico, que se perdió la gran cita por culpa de una inoportuna tarjeta amarilla. En la noche que divinizó a Koeman y a Cruyff con el Barça de naranja holandés, sin embargo, también hubo un tercer tulipán que se perdió la foto.

Conquistada la primera Liga del ciclo en la primavera de 1991, el Barça se zambullía en el verano con los ojos puestos en Europa. Las bases del equipo ya estaban puestas y asentadas, de modo que para afrontar con plenas garantías el gran reto, las medidas que tomó Cruyff fueron más delicadas que revolucionarias. «Nuestro equipo es muy bueno. Los fichajes han servido para aportar detalles, no al once titular, sino al potencial de la plantilla«. Así, el conjunto catalán aquel verano incorporó a su plantel cuatro caras nuevas: Cristóbal Parralo, recuperado después de haber coincidido con Johan en su primer año en Barcelona, sumaría rotación atrás, Juan Carlos Rodríguez un lateral izquierdo natural que tras la retirada de Julio Alberto el equipo no tenía, Nadal una carta nueva en mediocampo capaz de llegar al gol como un mediapunta y de reforzar atrás como un central, todo en la misma jugada, y finalmente Richard Witschge, el diez ansiado. En el sistema de juego de Cruyff, el 6 era el mediapunta y el 10 el interior izquierdo, posición por la que en anteriores años habían pasado futbolistas como Miquel Soler, Robert Fernández, Eusebio, Txiki o Laudrup. Los dos primeros ya no seguían en el club, Eusebio había ganado importancia en la derecha toda vez la primera solución a la marcha de Milla fue situar a Amor en las funciones del 4, y los otros dos eran jugadores que podían y debían sumar minutos también en una de las tres plazas de la delantera: «Richard suele jugar en mediocampo, yo, en cambio, acostumbro a jugar más adelantado«, recordaba al respecto el danés. Salvo Begiristain, además, las otras alternativas que hasta entonces tenía la plantilla eran diestras, por lo que abierta aquel mercado de fichajes la posibilidad de incorporar a un cuarto extranjero y descartados algunos grandes nombres para el centro del ataque, Cruyff no tuvo muchas dudas acerca del perfil deseado. Si la banda derecha de Goiko y Eusebio había resultado capital para lograr el título de Liga, con tal de acercarse al entorchado europeo debía acompañarla con una banda izquierda más rica.

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El elegido fue Witschge, rubio holandés, interior zurdo finísimo, al que el ayudante de Cruyff, Bruins Slot, años antes había descubierto para la cantera del Ajax y al que el propio Johan, siendo el entrenador del conjunto de Amsterdam, hizo debutar en el primer equipo con apenas 17 años. Pertenecía a la prometedora camada de jóvenes talentos que con nombres como Dennis Bergkamp o los hermanos De Boer debía tomar progresivamente el relevo de la generación de los Rijkaard, Koeman, Gullit o Van Basten en la selección que dirigía Rinus Michels. Míster Mármol había sentenciado que la oportunidad en el Barça, a Richard le llegaba demasiado pronto, pero Cruyff lo vio más claro que su mentor. Entre otras cosas porque entendía que le urgía. Mucho tuvo que ver en cómo preparó El Flaco el siguiente curso el hecho de que el equipo viniera de levantar su primer título liguero. Por un lado, quizá por la experiencia que le dieron los años como jugador, quería evitar a toda costa que el triunfo reciente invitara a la relajación de alguna de las piezas más determinantes, y ante eso la oportunidad de que cuatro foráneos compitieran por tres plazas en el once parecía una solución perfecta. De hecho, uno de los mensajes que se apresuró a transmitir el técnico al poco de oficializarse el fichaje fue que el hombre de banda izquierda que más asegurada tenía la presencia en el once era Txiki Begiristain, pues como de entre Laudrup, Stoichkov y Witschge habitualmente sólo jugarían dos por normativa, a la hora de asignar los puestos de interior izquierdo, extremo y punta, casi siempre habría sitio para el de Olaberría. En cambio, ni Hristo ni Michael tenían, de entrada, asegurado el sitio. «Ya en los entrenamientos físicos se nota esa competencia. Todos quieren que el míster se fije en ellos«, descubría Andoni Zubizarreta en pretemporada. 

Reacio a despejar pronto la incógnita o hacia dónde se encaminaban sus preferencias, Cruyff alineó en todos los amistosos de preparación a Koeman, Witschge, Laudrup y Stoichkov juntos, habitualmente repartiéndose en las demarcaciones de líbero, interior izquierdo, extremo y punta. Con ellos, e integrado Txiki también después, empezó a poner en funcionamiento alguna de las novedades con respecto al año anterior provocadas por la consecución del título. Dominada la base, el siguiente paso era empezar a introducir intercambios de posiciones que los rivales no conocieran y, por lo tanto, hicieran del azulgrana un equipo más imprevisible: «En el momento que cambias tú el sistema, tus jugadores lo hacen al cien por cien pero el contrario no está acostumbrado a tus cambios. Entonces es una cosa que tú dominas pero ellos no«. Así, mientras la banda derecha se mantuvo más o menos fija en sus roles de interior y extremo, en la izquierda las posiciones comenzaron a rotarse. Stoichkov podía ir a banda o al centro, lo mismo que Laudrup, que como Txiki aparecía también en la zona del interior natural de Witschge, que dada su orientación y pericia, llegado el caso era capaz de subir un escalón. Que debido a la normativa uno de los tres foráneos implicados en la rotación generalmente tuviera que esperar turno desde el banco, favorecía y prácticamente obligaba a que todos tuvieran que saber hacer de todo, permitiendo a Johan poner en liza a la combinación que prefiriera.

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Ya fuera espoleado por la competencia después de haber visto algún partido desde el banquillo a modo de aviso, o beneficiado por las novedades tácticas introducidas por Cruyff, lo cierto es que la explosión de juego de Michael Laudrup en comparación al curso anterior rápidamente puso tierra de por medio respecto al cuarto extranjero. También la reducción en el número de ausencias que de forma obligada tuvieron que sufrir los tres foráneos veteranos en contraposición a las temporadas pasadas, en las que alguna sanción o lesión más o menos importante había dejado al técnico sin uno de sus tres ases más tiempo del debido. La pretendida competencia entre extranjeros, por lo tanto, no fue tal hasta que un par de temporadas más tarde el Barça incorporara a Romario, de modo que en Liga las tres plazas disponibles siguieron siendo propiedad de Koeman, Laudrup y Stoichkov sin que Witschge fuera capaz de ponerlo en duda. Su fútbol y aquella personalidad que Johan adivinaba en su peculiar gusto colorido por las camisas y americanas, y al cual acudió para razonar la floja aportación de los extranjeros de su último BarçaSi tú veías a Koeman en el campo, había alguien: <¡Aquí estoy yo!> Tenía que haber comprado jugadores igual de buenos pero con otro tipo de carácter.  No tanto por los que vinieron sino por los que estaban. Lo hice en mi primer época, porque por ejemplo Laudrup era un hombre que dominaba, o Witschge, que llevaba chaquetas de color rojo o amarillo…«) no le valió a Richard para saltar fácilmente la barrera del idioma, la juventud y la adaptación a un equipo que ya se conocía mucho y bien.

En Liga fue suplente habitual. La Copa de Europa, no obstante, en aquel primer momento sí permitía que los cuatro jugaran juntos, y así lo hicieron siempre que estuvieron disponibles. De los once encuentros que disputaron los culés para finalmente levantar la copa en Wembley, Witschge fue titular en nueve, perdiéndose sólo los dos últimos por problemas físicos, y en siete de esos nueve lo hizo coincidiendo en el once con Ronald, Michael y Hristo. Habitualmente formando a la izquierda del mediocampo, alguna vez en la mediapunta y puntualmente como lateral para darle salida al juego desde atrás como tantas veces hizo Eusebio desde la derecha, el holandés no ralló al nivel de las grandes figuras del Dream Team pero sumó en su andadura hacia el título. Criado en el juego de posición de la escuela holandesa, en cuanto a colocación su plaza en la izquierda del rombo no escondía demasiados secretos para él, y por sus características casaba bien con la dinámica que a través de los intercambios posicionales se generaba en su carril.

Tanto porque el extremo se acercara a mediocampo, porque dibujara una diagonal hacia el área o porque el punta -falso o verdadero- se acercara en el apoyo o se venciera al costado, por delante Witschge solía tener un espacio que habilitar con su zurda o al que acudir con una capacidad de llegada y conducción a priori interesante. Preferir, eso sí, prefería lo primero, y quizá por eso y porque su familiarización con las particularidades del sistema azulgrana era todavía superficial, cuando más incómodo aparentaba estar era cuando más invadida por Laudrup era su zona. Y eso ocurría con cierta frecuencia pues el danés vivía la temporada de su vida y acudir al espacio del interior izquierdo desde la delantera, por ser diestro, le permitía una salida hacia dentro que potenciaba su juego. Cuando la convivencia lograba ser armónica, sin embargo, Witschge le daba al equipo su trato de balón, su lectura para atraer rivales antes de soltar hacia un compañero liberado, una sorprendente predisposición al esfuerzo defensivo o un cambio de orientación hacia el perfil derecho potencialmente de gran valor esperando ahí un receptor como Goikoetxea. No por nada, en la temporada que el equipo coronó con la primera Copa de Europa de su historia, Johan Cruyff contó con él siempre que no tuvo que elegir mirando el pasaporte. Muy probablemente, pues, de haber estado disponible habría sido titular en Wembley, y quién sabe qué contaría hoy su leyenda de haber sido así.

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– Foto: Shaun Botterill/ALLSPORT

Comments:3
  • vi23 26 abril, 2016

    Muy buen artículo. ¿Cuándo fue aquella lesión tan grave de Goiko que le llevó a reciclarse al lateral?

    Reply
    • Morén 26 abril, 2016

      Si no voy equivocado, fue la siguiente temporada en un partido con la selección en Dinamarca.

      Reply
  • michel 27 abril, 2016

    Magnífico Albert. Como de costumbre.
    Es increíble como los muchos conceptos con los que hoy estamos más familiarizados -atraer rivales para jugar con el compañero liberado- era norma habitual en aquellos tiempos y nadie era capaz de analizar ni darle el valor que tenía ese concepto. A Richard se le juzgó más por su fragilidad física que por su calidad individual y colectiva con el balón.

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